Los adolescentes de la actualidad cuentan con solicitudes a la universidad que lucen más impresionantes que las de hace una década y mucho más impresionantes que las que tuvieron sus padres. Muchos adolescentes parece que ingresan a este proceso de admisiones perfectamente preparados. Así, en papel, lucen casi demasiado buenos para ser verdad: los candidatos ideales para cualquier universidad; socialmente comprometidos y brillantes, con amplia experiencia en trabajos de verano, pasantías y proyectos de servicio comunitario. Sus hojas de vida dejan entrever esa brillante dentadura cada vez que sonríen y sus cabellos se mecen con el viento mientras permanecen inmóviles.
A medida que preparamos para la educación superior a estos estudiantes perfectos al plasmarlos en papel, ¿estaremos socavando su capacidad de triunfar en la vida? Conforme los moldeamos para que sean tan bien equilibrados, ¿realmente los estamos haciendo sentir inseguros de sus propios puntos de apoyo? ¿Se sienten tan comprometidos para ser “perfectos” que temen ser algo menos que eso? Lo más preocupante de esta generación de estudiantes motivados puede ser el temor a la imperfección que se está filtrando en sus mentes. Este temor sofocará su creatividad, impedirá su habilidad de experimentar alegría y, finalmente, interferirá con su éxito.
Cuando conversamos con los padres en toda la nación, escuchamos 2 puntos de vista muy distintos. Algunos padres ven las vidas tan ajetreadas de sus hijos como una señal maravillosa de que tienen la actitud para el éxito. Otros observan que sus adolescentes parecen llevar muchas cargas y se preocupan de que sus hijos estén perdiendo oportunidades de ser felices durante el tiempo en que se supone deben estar libres de preocupaciones, un tiempo antes de que tengan que ganarse el sustento y mantener a sus propias familias.
El primer grupo de padres muestra un orgullo justificado de que sus hijos estén motivados para triunfar y disfrutarse sus logros. Ellos reconocen que las personas exitosas siempre recorren la milla extra. Han mantenido a sus hijos con altas expectativas y se han encargado de organizar las mejores oportunidades; asimismo, su estilo activo de crianza parece haber dado sus frutos. Algunos de sus hijos parecen haber conseguido todo este éxito mientras permanecen contentos y con la confianza en sí mismos. Si otros chicos muestran señales de desgaste o estrés, estos padres lo ven como el precio que hay que pagar por el éxito. Siempre y cuando sus calificaciones permanezcan altas y sigan participando en muchas actividades extracurriculares, sus padres creen que debe estar yéndoles bien, sin importar las señales de estrés que interioricen o proyecten hacia el exterior.
El segundo grupo de padres siente igual orgullo por los logros de sus hijos, pero les preocupa que estén demasiado tensos, muy presionados. Notan las señales de fatiga y presión. Temen que la felicidad se haya sacrificado en aras del logro.
Todos los padres desean lo mismo: que los jóvenes se conviertan en adultos felices y exitosos. Para evaluar si están avanzando rumbo al éxito auténtico, necesitamos ver menos hacia los logros y más hacia los chicos en sí. El proceso de producir estudiantes que sean perfectos -según se lee en sus documentos- puede estar funcionando para algunos y dañando seriamente a otros. Aquellos que parecen estar prosperando posiblemente sean perfeccionistas en ciernes que están destinados a las universidades de élite como recompensa por sus logros. Pero es posible que no se encaminen a toda una vida de éxito y tengan pocas probabilidades de lograr felicidad, satisfacción y gozo que duren toda una vida.
Algunos materiales mencionan “Las grandes mentiras” que los padres no deben proyectar a la próxima generación. La primera Gran mentira -de que los adultos exitosos son buenos en todo- se aplica acá en una discusión sobre el perfeccionismo. ¿Cuándo fue la última vez que cualquiera de nosotros fue bueno en todo? Probablemente en segundo grado, obteníamos estrellas doradas en nuestros trabajos de ortografía; se nos decía que éramos grandes artistas cuando hacíamos pavos de Acción de Gracias con papel construcción; en el área de juego, cada quien era un atleta y le daban oportunidad de batear.
Desde esos días de tiempos felices, ¿cuántos adultos pueden decir “Soy bueno en todo”?
La mayoría de nosotros nos desempeñamos bastante bien en una o dos cosas y tenemos menos talento en muchas más. Las personas exitosas usualmente destacan en una o dos áreas. Las personas interesantes destacan en un par de áreas, pero también disfrutan estar expuestas a varios ámbitos, aun cuando no puedan ser estrellas en todo.
Así que ¿por qué presionamos con la Gran mentira a los adolescentes en cuanto a que deben ser buenos en matemáticas, ciencias, idiomas extranjeros, lenguaje, historia, artes y atletismo? ¿No fomenta esta expectativa poco realista la motivación hacia un perfeccionismo ligado a un aterrizaje estrepitoso?