El cuerpo humano utiliza impulsos electromagnéticos para generar ondas cerebrales y latidos del corazón. El sentido común sugiere que los campos externos pueden tener efectos fisiológicos potentes.
Un estudio en Massachusetts publicado en 1993 mostró una asociación significativa entre la cercanía a cables eléctricos y síntomas depresivos; es decir, las personas que podían ver las torres desde su casa o jardín tenían casi tres veces más probabilidad de experimentar depresión que aquellos que viven más lejos de los cables eléctricos. Un estudio finlandés realizado unos pocos años después confirmó un riesgo mucho más alto de sufrir depresión grave entre aquellas personas que viven a 100 yardas o menos de cables eléctricos.
En años recientes, ha aumentado la preocupación sobre la exposición a la radiación de radiofrecuencia electromagnética emitida por teléfonos celulares y antenas de estaciones telefónicas. Un estudio egipcio confirmó las dudas de que vivir cerca de las estaciones base de teléfonos móviles aumenta el riesgo de desarrollar dolores de cabeza, problemas de memoria, mareo, depresión y problemas del sueño. La exposición de corto plazo a estos campos en estudios experimentales no siempre ha mostrado efectos negativos, pero esto no descarta el daño acumulativo de estos campos, por lo que se necesitan períodos más largos para entender quién están en riesgo. En estudios a gran escala se ha observado una asociación entre los síntomas y la exposición a estos campos en el entorno diario. Aunque los estudios siguen, tiene sentido limitar la exposición al no dormir debajo de frazadas eléctricas y usar audífonos o bocinas para separar la cabeza del usuario de los teléfonos móviles (operación manos libres).