Después de un huracán o una inundación por otras causas, las familias enfrentan una variedad de desafíos. A continuación, encontrará algunos pasos para ayudarlo a proteger y apoyar a sus hijos durante estos momentos.
Siga los consejos de las autoridades sobre la evacuación.
Si es posible que su comunidad se vea afectada por un huracán,
prepárese con anticipación. Cree una
lista de suministros en caso de catástrofes y almacene alimentos, agua y medicamentos adicionales. Asegure su casa (por ejemplo, tape las ventanas y guarde los muebles sueltos y otros elementos fuera de la casa) para reducir los daños de la tormenta. Recuerde, algunas tormentas son demasiado peligrosas para refugiarse en el lugar. Evacue cuando las autoridades públicas se lo indiquen.
Recuerde: en caso de duda, abandone el lugar.
No regrese a casa hasta que se le indique que lo haga.
Si es posible, no regrese hasta que se restablezcan los servicios básicos. Es difícil cuidar a los niños si no hay agua potable ni electricidad, o cuando los desagües y los sistemas de alcantarillado no funcionan. Los hospitales, consultorios médicos y farmacias pueden estar cerrados o solo pueden ofrecer servicios limitados. Las tiendas de comestibles y los restaurantes también pueden estar cerrados.
Asegúrese de que su hogar y vecindario sean seguros antes de traer a los niños a casa.
Los niños y adolescentes no deben participar en las tareas de limpieza. Es difícil supervisar a los niños, especialmente a los niños pequeños, mientras se repara o limpia la casa. Las aguas de inundación pueden contener sustancias químicas peligrosas como aceite, gasolina y pesticidas. El agua puede estar contaminada con aguas residuales y gérmenes que pueden infectar cortes o heridas. Asegúrese de mantener a los niños alejados de cualquier resto de agua de la inundación. Siga los
consejos de los CDC sobre cómo prevenir la aparición de moho y limpiar de manera segura. Si aún no tiene electricidad y necesita poner en marcha un
generador, asegúrese de mantener el generador afuera y al menos a 20 pies de su casa.
Verifique si hay peligros para la seguridad.
Las estructuras dañadas y otros escombros pueden tener bordes y puntas afilados que pueden herir a niños y adultos. Puede haber animales o arañas escondidos entre los escombros. Los mosquitos y otros insectos pueden reproducirse rápidamente en el agua estancada y luego propagar enfermedades. Tenga cuidado de no conducir su automóvil en las aguas de la inundación. Asegúrese de que no haya cables eléctricos caídos. Recuerde que los niños también pueden experimentar una sobreexposición al
calor, al sol, a la humedad o al
frío si pasan demasiado tiempo al aire libre.
Proporcione supervisión y estructura a sus hijos.
Las escuelas y las guarderías pueden estar cerradas durante algún tiempo después de una tormenta o una inundación. Las áreas de juego habituales de los niños, como por ejemplo los
patios de juegos o parques, pueden dañarse o quedar inutilizables. Es posible que los adultos que ayudaron a cuidar a sus hijos antes no hayan regresado o que estén ocupados reparando sus propios hogares. Tenga en cuenta que los niños están mejor con una
rutina y estructura. Si no pueden regresar a la escuela o a la guardería, establezca rutinas dentro del hogar, como un horario regular para las comidas y para la hora de acostarse. Trate de limitar la cantidad de tiempo que está separado de sus hijos. Cuando tenga que dejar a los niños al cuidado de otra persona, asegúrese de informarles cuándo regresará.
Hay que contar con que el entorno familiar puede ser menos familiar.
Los daños causados por las tormentas e inundaciones pueden destruir edificios, carreteras y árboles. Si bien suele ser reconfortante poder regresar a casa, algunos de los daños cercanos pueden ser perturbadores para niños y adultos. Es posible que los amigos, vecinos, restaurantes favoritos y negocios no estén de regreso o no estén abiertos. Algunas personas pueden decidir no regresar. Es posible que algunas instalaciones no vuelvan a abrir. Usted y sus hijos pueden experimentar pérdidas y cambios durante semanas y meses después.
Hable con sus hijos sobre lo que está sucediendo y sobre cómo se sienten.
Elegir
no hablar de lo sucedido hace que el suceso sea aún más aterrador para los niños. El silencio sugiere que lo que sucedió es demasiado horrible para hablar de ello. Los niños pueden sentir que no está bien hacer preguntas o hablar sobre sus reacciones. Comience preguntando a sus hijos qué han escuchado sobre los sucesos. Pregúnteles cómo se sienten acerca de lo que está sucediendo y si tienen temores o inquietudes. Corrija cualquier información errónea. Tranquilícelos de forma adecuada pero sincera. Recuerde a los niños las medidas que se están tomando para mantenerlos a salvo y reconstruir la comunidad.
Explique en un lenguaje sencillo y directo lo que ha sucedido y lo que espera que suceda.
La cantidad de información que será útil para los niños depende de su edad, nivel de desarrollo y estilo general de afrontamiento. En general, los niños mayores quieren y se benefician de información más detallada que los niños más pequeños. Siga las señales de sus hijos sobre la cantidad de información que debe proporcionar. Para los niños de todas las edades, no brinde demasiados detalles ni comparta imágenes gráficas o cobertura emocional (como por ejemplo entrevistas con víctimas que lloran en las noticias de la televisión o fuentes en línea).
Limite la exposición a los medios de comunicación, incluida la televisión, la radio, los medios impresos y las redes sociales.
Esto es especialmente importante para los niños más pequeños, pero también es importante para los adultos. Después de una catástrofe es un buen momento para que todos se desconecten y pasen tiempo juntos con amigos y familiares. Si los niños están expuestos a los
medios de comunicación, mírelos con ellos y ofrezca explicaciones tranquilizadoras y responda cualquier pregunta.
Pregunte a los niños qué preguntas, sentimientos, preocupaciones e inquietudes pueden tener (pero no fuerce el tema).
No diga a los niños que no deben preocuparse. Ayúdelos a aprender a manejar los sentimientos de angustia en lugar de pretender que estos sentimientos no existen o no deberían existir.
Continúe haciendo preguntas y ofreciéndose a hablar con sus hijos, pero no los obligue a responder. Generalmente, es mejor esperar hasta que los niños acepten la invitación para hablar. Manténgase presente física y emocionalmente para que los niños sepan que está listo para hablar cuando ellos lo estén. Si le preocupa la seguridad o el bienestar de sus hijos, comuníquese con su pediatra u otro profesional y pídale que hable con sus hijos.
Busque cambios en el comportamiento que sugieran que su hijo está teniendo dificultades para afrontar la situación.
Es común que los niños experimenten cambios en el sueño (dificultad para conciliar el sueño o permanecer dormidos, pesadillas, dificultad para despertarse por la mañana) o en la alimentación (como disminución del apetito o comer en exceso). Pueden luchar contra miedos o ansiedad (incluido el miedo a regresar a la escuela), aislamiento social, tristeza o depresión, una nueva hiperactividad, consumo de sustancias (alcohol, tabaco u otras drogas) o molestias físicas (como dolor de cabeza, dolor de estómago o sensación de cansancio).
Además, futuras condiciones meteorológicas adversas (o los aniversarios del suceso) pueden recordar a los niños la catástrofe, lo que puede aumentar los sentimientos de angustia. Si estas reacciones se prolongan en el tiempo, se agravan o afectan la capacidad de sus hijos para aprender y socializar, comuníquese con su pediatra u otro profesional. Sin embargo, es posible que la mayoría de los niños que experimentan angustia no parezcan molestos ni muestren ningún cambio en su comportamiento.
Considere la posibilidad de compartir sus sentimientos sobre la catástrofe con sus hijos.
Esta es una oportunidad para que usted dé un ejemplo a seguir sobre cómo afrontar la angustia y la decepción. Comparta estrategias de afrontamiento que funcionen para usted. Puede describir cómo hablar con amigos o familiares, escribir sus pensamientos en un diario o usar el arte o la música para expresar sus sentimientos. Algunas personas utilizan técnicas de ejercicios, danza, yoga o relajación y
conciencia plena para afrontar las emociones fuertes.
Controle su estado de ánimo y cuídese.
Los niños dependen de los adultos que los rodean para estar y sentirse seguros y protegidos. Si está ansioso o enojado, es probable que los niños se vean más afectados por su estado emocional o sus acciones que por sus palabras.
Ayude a los niños a hacer el duelo si han experimentado la muerte de alguien cercano.
Puede
descargar un folleto gratuito con consejos para padres y otros adultos que cuidan de los niños sobre cómo apoyar a los niños en su duelo. Los niños también
sufren otras pérdidas, como la pérdida de su hogar, extrañar a un amigo que se mudó o no poder regresar a la escuela.
Ayude a los niños a descubrir cómo pueden ayudar a los demás de formas que consideren significativas.
Ayudar a otros puede disminuir la sensación de frustración e impotencia de un niño.
Reconozca que la recuperación lleva tiempo.
Limpiar y reconstruir una casa después de una inundación puede llevar meses o más tiempo. Muchas veces, los niños y las familias tardan aún más en adaptarse. Hay que contar con que habrá altibajos, celebraciones y contratiempos en el camino. La identidad de la comunidad suele cambiar respecto a lo que era antes de la catástrofe.
Comuníquese con el pediatra y la escuela de su hijo.
Si le preocupa la salud, la adaptación o el comportamiento de sus hijos, comuníquese con su pediatra y sus maestros. La concentración y el aprendizaje suelen ser difíciles después de una catástrofe. Asegúrese de que los niños reciban el apoyo y las adaptaciones adecuadas en la escuela. Si las expectativas escolares superan la capacidad actual de los niños para aprender, la escuela puede convertirse en una fuente de angustia en lugar de apoyo y asistencia. Hable con el maestro de sus hijos o con un profesional de salud mental de la escuela acerca de cómo obtener apoyo.
Más información
Este material cuenta con el respaldo de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (Centers for Disease Control and Prevention, CDC) del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los EE. UU. mediante el acuerdo cooperativo número 5 NU38OT000282-03-00. Los CDC son una agencia dentro del Departamento de Salud y Servicios Humanos (Health and Human Services, HHS) de los EE. UU. El contenido de este programa no necesariamente representa las políticas de la Academia Americana de Pediatría (American Academy of Pediatrics, AAP), los CDC o la HHS y no debe considerarse un respaldo del Gobierno Federal.
Acerca del Dr. Schonfeld
David Schonfeld, MD, FAAP, es miembro del comité ejecutivo del Council on Children and Disasters (Consejo sobre Los niños y las catástrofes) de la American Academy of Pediatrics (AAP) y de la sección de Pediatría de la conducta y el desarrollo. También se desempeña como director del National Center for School Crisis and Bereavement (Centro Nacional para Crisis y Duelos Escolares), ubicado en el Children's Hospital Los Angeles, y profesor de Pediatría Clínica, Keck School of Medicine of USC. |
Acerca del Dr. Needle
Scott Needle, MD, FAAP, es pediatra de atención primaria que se desempeña como director médico de Elica Health Centers en Sacramento, California. Es expresidente del National Advisory Committee for Children and Disasters (Comité Asesor Nacional Federal para Niños y Catástrofes), y actualmente es miembro del comité ejecutivo del Council on Children and Disasters (Consejo sobre Los niños y las catástrofes) de la AAP. El Dr. Needle ha producido numerosos folletos y presentaciones educativas de la AAP y es el autor principal de la política de la AAP,
Ensuring the Health of Children in Disasters (Garantizar la salud de los niños en situaciones de catástrofe). |