Si aceptamos la premisa de que a los perfeccionistas les preocupa que no los acepten plenamente, a menos que no tengan defectos, nuestro trabajo se vuelve evidente. La aceptación incondicional es el antídoto del perfeccionismo. El ingrediente más esencial para criar un hijo resistente lo constituye un adulto que lo ama o acepta incondicionalmente y tiene altas expectativas para él. La alta expectativa no tiene que ver con las calificaciones ni el rendimiento. Se trata de la integridad, generosidad, empatía y las características que necesitamos que nuestros hijos tengan, si es que van a contribuir en algo al mundo. Por supuesto, es razonable esperar que los hijos realmente se esfuercen por aprender. También queremos que descubran sus talentos, intereses y pasiones; si alimentamos su pasión (usualmente, a distancia), se verán motivados para ser exitosos.
Los padres deben aceptar a los hijos por lo que son, no compararlos con los hermanos, los vecinos o el niño que ganó una beca completa para una de las mejores universidades. Estas comparaciones son dañinas para los niños que se sienten cómodos con lo que son. Cuando considere que deba hacer un comentario sobre cómo sus hijos podrían esforzarse más, base sus opiniones en el hecho de que ya lo hicieron mejor. Use un ejemplo de logros pasados para recordarles a sus hijos de que ya están equipados con talento, experiencia y recursos para abordar este nuevo desafío.
Los padres deben convertirse en porristas. Nos emocionamos cuando nuestros hijos “ganan”, pero tenemos que aprender a estimular y felicitar de forma más eficaz. La diferencia está en por qué nos emocionamos. Tendemos a aplaudir un resultado o un logro. “Me siento tan orgulloso de ti por anotar ese gol, ganar el premio en la exposición de arte u obtener una A en la prueba de química”. El mensaje oculto es “No me sentiría tan orgulloso si no hubieras regresado a casa con el premio”. En cambio, tenemos que motivar el proceso y mostrar nuestro orgullo por el hecho de que están jugando el juego de la vida con integridad, esfuerzo genuino y, sí, alegría. “Me encanta verte pintar; parece que te gusta mucho expresar lo que sientes. Practicas bastante lacrosse; seguro te encanta ese juego. Es bueno verte feliz. Sé que te cuesta el laboratorio de física, pero se nota que eres perseverante y estás haciendo tu mejor esfuerzo. Me agrada tanto que puedas pedirle al Sr. Hannigan algo de ayuda adicional”.
Una de las mejores cosas que los padres pueden hacer es enseñar a los niños que no hay una persona que siempre se lleve el premio. Cuando usted hace un esfuerzo grande en el trabajo, hágale saber a sus hijos que está probando una estrategia nueva. Y cuando no tenga éxito a la primera, segunda u octava vez, explíqueles cómo aprendió de cada esfuerzo y siga intentando. No está destruido ni es inútil, no está paralizado; ¡se está energizando! Acepta la desilusión con gracia y buen humor. Su B+ en el trabajo no es una catástrofe. Verán que la B+ de ellos en lenguaje tampoco lo es.
La autoaceptación de los niños se fomenta cuando confían en que son competentes. Si creen en su habilidad para manejar sus propios problemas, confían en su propia capacidad de toma de decisiones y desarrollan sus propias soluciones, no necesitan hacer una catástrofe de sus errores. Alimentamos su competencia al quitarnos del camino (y mantenernos detrás de la línea, como dice Dean Jones) y al estimularlos para que tomen control de sus propias vidas. Queremos que reconozcan que cada uno tiene una brújula y pueden seguir el rumbo que esta les indique.